Wednesday, October 05, 2005

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El baterista de los brazos mancos es de Ciudad Evita. El guitarrista de los dedos infectados es de Belgrano. Se conocieron en Barcelona: probaban suerte. Ahora es sábado y están en una terraza, y son muchísimo sentido cuando hacen su versión de Atahualpa.
Ahora hay un sonido más. Lo siento un exceso; no como una decisión errónea de los intérpretes, sino como un exceso en mi cuerpo. No alcanzo a contener ese sonido más. El sonido, porfiado, aumenta su volumen. Progresivamente.
Un avión sucede con la panza iluminada por sobre los músicos y sobre nosotros y sobre la terraza. Los músicos no lo ven porque entrecierran los ojos para sonreír con gusto.
Lo sigo un rato con la mirada, y lo dejo ir, vergonzoso: detesto las redundancias.





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