Saturday, November 22, 2014

Una vez por año / 7

Preso de una insoportable placidez espiritual, me acurruco en mi milagro secreto, íntimo ritual: otro 22 de noviembre un botón pausa el universo, y frente al pelotón de fusilamiento el presente se congela y me permite lo imposible: escribir sobre la vida, no al respecto sino encima, superpuesto.

Esto debería ser un libro digital que crezca año a año en la biblioteca del lector. El lector que, con solo cruzarse conmigo un día cualquiera y, por ejemplo, matarme, tendría la posibilidad de intervenir de manera activa en el libro que está leyendo en tiempo real. Esto es, incluso como posibilidad mera, de una novedad extraordinaria en la historia de la literatura.
No digan que no les avisé.

La felicidad es un bebé que duerme por las noches.
Esta frase puede ser leída de muchas maneras:
La felicidad es un bebé que duerme por las noches.
La felicidad es un bebé que duerme por las noches.
La felicidad es un bebé que duerme por las noches.

Y puede que haya alguna más que no estoy pudiendo percibir por el problema de la cercanía.

Hasta Serena se acurruca a su vez en la placidez espectral del sueño, pausa, y papá escribe.
En este solemne acto (ya por siempre anterior, originario), apareció ella en la novela. Es la segunda que vez que la nombro.

No debo abusar de la cursiva. Pero es un vicio. Supongo que este año, visto desde alguna perspectiva mística, por ejemplo maya o chinomágica, es de “cambio de vicios”. Una época rica, etapa nutritiva y sabrosa.

Este libro se derramó sobre mi vida y: los diarios, los textos, la escritura como un pulsar constante. Antes escribía cada tanto y con todo, quedaba exhausto, como vaciado, era una cuestión de éxtasis y resaca: vida o muerte. Ahora que escribo todo el tiempo, me veo tentado de, hoy 22N, copiar fragmentos de los diarios de este año y plasmarlos acá para la posterioridad. Pero, al menos por ahora, primera página, me resulta como una trampa. Y escribo. Escribir todo el tiempo es una cuestión de vida y muerte.

Pasó la página en blanco, apasionante. La otra vez, en ese género que podríamos bautizar como “ensayo oral”, con Ign antes de la clase de Pa Kuá, con la inimputabilidad que da una charla repentina justo antes de una meditación (o sea que ninguna de sus conclusiones ni consecuencias puede durar sin disolverse), mencionamos que la página en blanco no implica la angustia ante el vacío sino ante el caos. El vacío forma dupla con el lleno, y el caos de ninguna manera puede formar parte de una dupla, no puede ser reducido a 1 de 2. El caos es lo anterior, el Tao vendría a ser el compuesto que, al ser agregado en el caos provoca un sublime equilibrio que separa lo pesado de lo liviano, y lo pesado se acomoda abajo y lo liviano sube. Entonces se funda el dos. En el caos, el Horizonte Infinito de Antes, moramos antes de ser. Después pasamos al intermedio, La República de los Inconcebidos, una especie de bar de frontera donde somos una dualidad que observa y espera elegir por donde salir. Y al salir entramos en la Tierra de los Vivos. Es en el bar de frontera aquel donde Serena (todavía en su formato dual, hermafrodita, completa) nos vio (a su madre y a mí) en uno de los televisores del bar, donde los Inconcebidos miran las opciones de padres posibles, y nos eligió.

Ese es uno de los archivos que tengo siempre abiertos: La República de los Inconcebidos. Otro se llama “Los días con Serena”, que es la continuación inevitable del “Diario del embarazo”. Y el otro se titula “Apuntes generales”, donde voy organizando mi investigación sobre los textos y las prácticas, la vida y la obra del maestro Zui Long. Pero prefiero no ahondar. Volvamos a la parte playa.

Desperezar, cantar, cocinar, escribir. Beber, patear, dormir, pasear. Por añadidura: comer, leer, escuchar, despertar. Pipa. Acordeón. Vino. Pañales.
Amarlas.
Cada día.
También, por supuesto: lavarlos platos. Potasio. Y cada tanto: recordar la deuda con el monotributo, pagar el alquiler y la conchuda de la inmobiliaria que no acepta billetes Evita serie A.
Vamos ganando.
Es recuperar las Malvinas cada día. Salir del colchón nuevo con esa esperanza. Las Malvinas: lo que se desea perdido, el cuerpo impropio. Siempre muy al sur. Frío, frío.

El colchón nuevo: son unos nuevos resortes. Son unos nuevos sueños para armar. Son unos nuevos veranos de atardecer en el mar. Son unos nuevos rituales de queso y zapallos en almíbar. Latas y frascos rellenan estantes: el futuro es vertical. Cuentos que encastran como juguetes de nenes muy, muy grandes. Gorros de lana, palabras de goma, gobiernan la oscuridad.

Lo curioso es que no soy exactamente el autor de esta novela: soy el personaje y el narrador. El autor es la vida, el caos.
El autor es también usted.

Recién ahora me doy cuenta de que siempre fui un fanático del futuro. Y que inventar caminando canciones súbitas para bebé es una de las tareas más atinadas en la conquista de lo efímero. Y ojo, que lo efímero no solo se enfrenta a lo trascendente sino también a lo rutinario.

Pensar conectando argumentos es la forma de la máquina (la angustia y el laberinto). Pensar en preguntas y respuestas es la forma de la vida (el alivio, el nacimiento y la muerte). Pensar en melodía sobre ritmo es la forma de la naturaleza. Recién hoy, al bañarme, pensé por primera vez que la vida es algo absolutamente prescindible en el universo; y que sin embargo en el universo todo se mueve. Siempre había pensado a la vida y al movimiento como la misma cosa. Insólito.
Hay algo mucho más importante que la vida: el movimiento. ¡Qué verdad mineral!

Encontrar un maestro, un guía, es algo maravilloso. Más magnífico aún es inventarlo.
Me han pasado las dos cosas en poco tiempo.

Mirá, ya se le ve el pelo.


Todo es patafísico, todo sirve por una vez. La experiencia es un peine inútil, la verdad es descartable. Para distraerse, durante dos días de contracciones continuadas pero justo irregulares, ver capítulos de Ranma y ½. Jugar al fútbol en la terraza. Una pelota siguiendo a otra.

La mar estaba serena…; romper bolsa.

Y trabajar, siempre trabajar. En silencio, por lo bajo, como un secreto.

¿La rutina es una coreografía? O la coreografía es la forma de bailar la rutina. La improvisación es el destino. El devenir de los impulsos vuelto construcción primaria, presente salvaje. No se entiende nada. Pero está la musiquita, eso sí.
¿Lo próximo será el baile? ¿Los idiomas?
Escribir es bailar sin el cuerpo, pero…

¿Un nacimiento es una cita a ciegas con la persona más amada?
Ver salir a un ser amado de adentro de otro ser amado. En vivo. Impossible is nothing. Just do it. Etcétera.

¿Por qué será que las personas vinculadas a la literatura son, casi sin excepción, o hippies o soretes?
Con todo el respeto que me merecen los soretes. Habría que escribir una escatología de la historia humana. ¿Ya lo han hecho? El bebé, el encuentro con lo primitivo, con lo olvidado y lo reprimido, es el retorno triunfal de las artes del cuerpo. La caca.

Caca.

En el medio, un mundial de fútbol. Una final del mundo. Gritar el gol contra Suiza con Serena en brazos, que ella estalle en llanto y me salve de ver la jugada siguiente, la del tiro en el palo del infarto. Todo se historiza tan pronto cuando el fútbol media. Que la madre le de la teta en otra habitación mientras pateamos los penales contra Holanda. El recuerdo de mi padre cuando yo tenía cuatro años y él saltaba y golpeaba el techo del departamento a cada gol contra los ingleses y los alemanes. Vivir en una casa de techos altísimos y perder contra la alemaña. Pensar, a los pocos segundos del gol de Götze, en Rusia, con la serenita de cuatro años, y el Tata Martino en el banco.
Fanático del futuro.

Se está tan bien acá dentro. Se siente bien, confortable. Placer. Habitar unas páginas como personaje, aunque sea una vez por año, es una experiencia… placentaria.

Hace unos días que se me activó el resorte de reprimir, o dejar caer, todo proyecto o idea de futuro. Es un descubrimiento, es interesante. Raro: como cuando dejé de fumar y contaba (contabilizaba y narraba, en un cuaderno) los “latigazos” de ganas de fumar. Inventar el cigarrillo no fumado. Sentir la tendencia del alma, el recurso del cerebro, y dejarlo pasar. Dejarlo caer, sostenido en una idea (ficción, utopía, sensación) de presente.
Es lo que hay, es lo que somos… La felicidad es algo muy raro y difícil de digerir para un estómago inquieto, oscuro y desmesurado.
Todo el tiempo.
La felicidad es un bebé que duerme por la noche.
¿La ansiedad es un bebé que despierta por la noche?

Pensar que he desarrollado tantos argumentos para defender a la ansiedad y liberarla de su mala prensa. Quién me ha visto y quien me ve…
En serio: ¿Quién me ha visto?
¿Quién me ve?

Una de las doce mínimas para mi hija serenita:
No te conviertas en ningún personaje del que no te puedas reír.

Porque la felicidad, como proyecto supuestamente unánime y de carácter publicitario, exige y reclama. Hay que responder a la pregunta por la felicidad bajo presión: y vos qué hacés, cómo lo hacés. A ver, veamos el resultado…
Hasta que un día me di cuenta de que más que tener una vida feliz, yo quería que la vida me resultara interesante. Cambio de plano, de paradigma, alivio y demás. Algo que ver con el estilo. Con la errancia, el devenir, el destino.
Se azotó la puerta: qué susto.

Grandes libros de este año: Minga, de Jorge Di Paola. Por qué leer a los clásicos, de Calvino. Frankenstein. Métodos, de Francis Ponge (casi una Biblia súbita. ¿Algún generoso lector de esta novela pública secreta tendrá “el partido de las cosas”, como para prestarme?)

No quiere decir que reprima las imágenes de un futuro proyectado como el bombero que apaga el fuego, agua la fiesta: no, simplemente dejo que caigan en un compartimento distinto, no activo y voluntarioso sino contemplativo, como si fuesen nubes de formas inquietantes, para nada enfrentadas con el presente. Quiero decir: vivir en Mendoza con uvas y olivas, en Marsella trabajando con el Loco Bielsa frente al mediterráneo o en el sur de Italia con familia generosa de amor y música constante; observando el movimiento de los pollos al spiedo, o en una dietética misteriosa que oculta en su fondo un salón con piano, en Mar Azul, trabajando en la cocina en el verano y escribiendo abrazado a ellas en el invierno junto a un hogar encendido; Punta Indio, cazando hongos y cosechando especias; y etcétera. Todo eso sí, encendido, pero como una forma más de habitar el presente. Porque la gracia es que, si tuviera que elegir una de todas esas opciones que se tienden infinitas en la siesta de mi mente, tendría que descartar todas las demás. En cambio, puedo convivir con todas en este presente multiversal… etcétera.

Íntimo y universal: sagrado.

El estilo, queridos idiotas que piensan en “la forma”, y en “el cómo”, el estilo que no es del estilista o peluquero sino del artista artero, es la ética en la elección del enemigo, es la configuración de monstruos y la estrategia en la utilización de arquetipos para enfrentarlos. Que la forma y el contenido no se distingan, queridos idiotas, no quiere decir que la forma sea todo, sino que aquello que quiere ser dicho no puede no configurar su propio modo de ser expresado, puesto en el mundo.

Dadas las condiciones del mundo actual, esta novela está escondida en una montaña.

Daniel Li y Macedonio Fernandez explican que existen tres planos vitales que se conectan, sostienen y contienen: el pragmático, el ético y el místico. Que es preciso no intentar resolver los problemas de un plano con herramientas de otro plano.
Piedra, papel o tijera.
El hijo, el árbol, el libro.  

Es demasiado pronto para el árbol. Los libros y Serena son pasiones, amores del movimiento. El árbol, enigma y éxtasis de la quietud, todavía no tiene dónde.
Amo, tengo, escribo, creo. Pero no me planto, todavía.

¿Y el agua?

Se azotó la puerta de vuelta, ¡mierda! El viento es una fábrica de fantasmas. Y entregar una casa en alquiler y llevarse los picaportes y las tapas de los inodoros es poco elegante: mierda. Eso sí: ahora vivimos en Barracas, y es nuestro barrio. Es actualmente antiguo, con iglesias y gatos bebés y judíos ortodoxos. Y está en una ciudad, llamada Buenos Aires, que siempre convoca a irse, pero acá estamos. Le dije a Lula que quería su cuadro de la liebre, y que quería que mi casa fuera todo aquello que rodea a la liebre. Y cuando la libre apareció en la pared de una estación de subte, a donde me bajo para ir a patear fantasmas con ancestrales piernas de nene, entendí que esta ciudad es mi casa.
Tal vez entonces ahora me pueda empezar a ir. ¿Nos iremos? Siempre es bueno tener a donde caerse muerto y de donde escaparse vivo. 
Como un caracol trepando el Puente Pueyrredón: escapar de la casa y que ahora la casa seas vos.

¡Que nos vendan gato bebé por liebre suspendida! Que nos vendan caracol, pero lentamente, lentamente.

En el capítulo pasado Serena era menos que un poroto. Hoy comió banana pisada.


Esta vez me gustaría terminar de pronto, y sin gritos. Como contando un secreto secreto, como secretando un cuento.


Así, acompañando el fin de la historia de una gota que cae. Despedirme, dar reinicio a la vida, se escuchan los disparos que me cosen a la pared, y prometerme volver junto a nosotros con la próxima gota, dentro de un año.  

This page is powered by Blogger. Isn't yours?

Subscribe to Posts [Atom]