Thursday, November 23, 2017

Una vez por año 10

El paso de un año, el peso de un año distribuido en los diez dedos de las manos que buscan botones con signos que abran paso...
Los órganos del aparato digestivo como achicharrados, a la defensiva. El eje de mi encarnadura, antes mi eje, el de mi cuerpo, bailando por toda la casa vacía mientras yo… etc.
Así no se puede empezar.
Soy un fantasma. Visto de cerca es una cosa, visto de lejos, muy otra.
Yo me miro de adentro y tengo algunas pistas, pero no se puede ver el mapa completo, adentro-afuera.


Ahora sí. Estuve en la terraza, al sol, practicando pakua. Unos 30 minutos. Algo cambió. Mi eje dejó de bailar por la casa vacía y ahora se me acerca, tímido. No estuvo mal.
Ayer no pude, ni aunque mi hermana Lauri haya venido a entretener a Serena por la tarde, ni mucho menos después, después de dejar a Sere en la casa de su madre, en Domínico.
Hoy empezó difícil también (¿en qué momento estás lo tan liviano como para dejarte envolver por el rulo de todo un año?), pero se fue resolviendo. Home baking, pagar, pagar, teléfono: ceder, ceder. Afip, banco, mails, listo. La sensación de “libre de deuda” extraordinaria y satánica expresión. Aunque todavía.... Faltaba la terraza. Ahora sí.


Es el año entero que se enrula y no sólo hoy, en todos estos días. Y no sólo de un año, de varios. Estoy corrigiendo, organizando, transformando los diarios de estos últimos años, convirtiéndolos en otra cosa. ¿Un libro? ¿Una novela? Esas son cosas raras, todavía.
Por el momento, me sumerjo cada vez que puedo en esos textos, y me peleo a muerte. A muerte. Me encuentro con párrafos muy estúpidos, infelices, ridículos, absurdos en su convicción, patéticos en su certeza solemne. ¿Y? ¿Qué hacer? Pienso, elaboro, calculo, medito. Supongo que esos fragmentos son parte de la historia que quiero contar. Que se cuente. Y que sólo contando esta historia desde esa perspectiva (¿ética? ¿plan?) la historia cerrará y me la podré sacar de encima. Mi historia, estos años.
¿Y por qué ahora?
Ahora que las peores guerras parecen haber terminado, cuando mi hija duerme en casa cada tanto, como en una vida normal, cuando el futuro ha vuelto a ser transparentemente incierto, por qué.


Imagino que quiero volver a escribir ficción. Y que no voy a poder hasta que no termine de contar este cuento. Hasta que todos los músculos de mi aparato narrativo se relajen de sus tensiones y vuelvan, blanditos, atentos, a acoplarse a tensiones nuevas, inventadas.
O no. Ahora que me encuentro cara a cara con las estupideces que pensaba y escribía hace algunos años, me escucho la melodía de la certeza y monto en guardia. Buen entrenamiento, buena gimnasia.


En alguna parte de esta novela autobiográfica en capítulos anuales debe constar que un día, hace varios años, entregué una novela terminada y en ese preciso momento fumé mi último cigarrillo. De ahí en más no volví a fumar ni a escribir ficción.
Ahora sueño que fumo, y me despierto con la pregunta en lo pulmones: ¿podré escribir ficción sin fumar? ¿Sólo con mi aire?
Y otra pregunta: ¿por qué tanta historia con escribir ficción? ¿Lo extraño, lo necesito, lo deseo?
Bah.
¿Y por qué ahora? Ahora que se viene Jacinta con el verano. Ahora que la economía doméstica es un problema como cualquier otro. ¿Viene Jacinta? Viene. Apasionante. Agregar otro factor de tracciones incalculables. En algún lugar se marca un ritmo con una precisión tan perfecta que mis oídos de humano no logran descifrar. A veces sueño que soy un fantasma y lo capto. Capto dos golpes, el intervalo. Y me despierto.
Porque cuando mi cuerpo, sin mediar aviso, empieza a canturrear las canciones y preparar los guisos de posguerra, entrando en esa laxitud, en ese goce de lo efímero, vuelve el terror de la muerte por las noches, y vuelven las tareas indispensables, urgentes para los días. Y así sigue, como si avanzara, el caracol en el espiral que tiene su forma.
Hay terrores y trámites que complementan a la perfección. Hay terrores y sueños de la vigilia que son análogos. ¿Hay?


En un momento muy preciso de este año, hace algunos meses, sentí que el suelo estaba lo suficientemente firme, y me apoyé y dije: qué más puede pedir una persona que volverse parte del paisaje, con placer.
Una aspiración anarco-taoísta. Tan anarco-taoísta que no llega a aspiración. Más bien una exhalación.
¿Soy parte del paisaje cuando cruzo el puente Pueyrredón ida y vuelta, alrededor de las cuatro y media de la tarde, primero con las manos vacías, después con mi hija en brazos? Soy. A veces lo percibo, a veces lo habito, a veces no. Tal vez, no basta con “ser parte” del paisaje, sino que se trata de “volverse” parte del paisaje. Es el movimiento de volver lo que produce el placer que calma las cosas en el cuerpo humano.


Volviendo a ese momento preciso del año, en una bodega chilena, en Quilpué. Con Jime y Jacinta-latente, con Arturo y Carolina, los anfitriones y bodegueros, acompañantes de la uva hasta el vino.
Los personajes anarco-taoístas del año. ¿En qué sentido? Volver a la naturaleza, sin negar que la naturaleza es fuente de placer. Entregarse al placer, sin negar que el placer implica un compromiso con los elementos que participan de la experiencia, conciencia del lugar histórico que se ocupa, cuidado y respeto por los diversos organismos, gestos y metáforas que sostienen ese placer posible.
Arturo contó que, antes de embotellar una partida de vino, se toma una botella entera la noche anterior. Si a la mañana le duele la cabeza, ese vino no se embotella.
Con Arturo y Carolina, resistentes a términos propios de la enología, de winemakers y sommeliers, hablamos de la embriaguez, de honestidad, de emociones clandestinas. Tomamos vinos ricos, improbables. Vinos que no se prueban: se toman. Trajimos algunos en la valija. Queda uno en el ropero, un pinot noir que recuerdo conmovedor.


Como suele pasar en los viajes, me quedé con ganas de retomar el contacto inmediatamente, contándoles a ellos (y al amable señor uruguayo de la vinería en Valparaíso con nos contactó y nos recomendó conocerlos) lo intenso y profundo de la experiencia. Pero los días, las ocupaciones, los raptos de desidia, se interpusieron.
Ahora aparece ese momento y lo dejo salir en palabras de a poco, con suavidad.
De las estrategias que conozco, la de la suavidad (sun, hexagrama 57), parece ser la más difícil de sostener y, finalmente, la más eficaz. El movimiento, suave y constante, del viento que lentamente disipa la oscuridad.
Sucede también con las experiencias y su respectiva escritura. No hay una conexión automática, ni un régimen unívoco de traducción. Cada experiencia trae consigo la temporalidad propia de su puesta en palabras. Esto lo sabe o lo intuye cualquiera que se dedica a escribir. Escuchar esa temporalidad es parte del arte y oficio de escribir. Ahora bien, usar esa misma atención, esa misma conciencia, para los acontecimiento de la vida, propicia un cambio radical. Tan radical que termina enroscando a la vida y la escritura en una sola coreografía espiralada, que no se detiene ni se repite.


Así que, como sucede con los vinos, como le pasa ahora mismo al pinot noir que evoluciona en reposo dentro de una botella abrigada por las ropas que usará Jacinta cuando se haga patente de este lado del mundo, como sucede con los vinos sucede con las anécdotas, como la del día que pasamos en la bodega de los Herrera-Alvarado, con Arturo y Carolina. Cuando hablamos, al tomar un vino de una cepa que nunca había tomado, exótica para mi paladar, de ese momento, imposible de acotar a un descriptor o a una guía, en que el cuerpo-mente genera un nuevo recuerdo, el recuerdo de algo absolutamente nuevo. Ahora, cada vez que perciba algo que me conecte con el sabor y la textura del vino de la uva “país”, voy a evocar sus caras mirándome, viéndome entregado a la construcción de este recuerdo pleno. Descriptor: anarco-taoísmo.
Nos contaron que el vino no se hace, sino que se acompaña su hechura. Observamos, pensando en la cantidad de botellas que ellos pueden hacer respetando los procesos naturales, y la cantidad de botellas que les piden sus contactos en Europa, que “efectivamente” el sistema opera como si la naturaleza no tuviera límites.
El anarco taoísmo no se apoya en tesis sorprendentes ni en hallazgos extravagantes, sino más bien en obviedades detectadas en el momento preciso, cuando pueden ser vistas en toda su dimensión.   


¿Será este interés denso por el I Ching, Lao Tse, y sus aplicaciones en la vida cotidiana (a lo que suelo llamar anarco-taoísmo), aquello que me avergonzará leer-me dentro de unos pocos años?
Hagamos la prueba. Que para eso estamos acá.


Almorcé un plato de fideos con brócoli (recalentados en el punto justo, con la crocancia exacta que da una distracción esmeradamente conjurada) sin dejar de escribir. Esto no pasa todos los días, no siempre pasa así.
Ahora es cuando el año, ya no adelante, paralizando con su desmesura, sino medio atrás, empujando con su peso, aligera el andar. Porque de pronto la parte de adentro de mi cuerpo ya no se queja ni reclama (con lo simple y excitante que es reclamar), y la parte de afuera, el mundo que me rodea, se ve muy amable: el calor agobiante de hace un ratito es ahora un aire cálido con viento fresco, unos pájaros discuten sin demasiada convicción, el gato gris entra sigilosamente a la sombra. Me asomo un poco y me dejo mirar por las plantas del jardín. La otra tarde le agradecí a la señora del piso de abajo por el cuidado que le da a sus plantas que yo disfruto viendo desde acá (probablemente desde un ángulo más atractivo que el suyo) sin ningún trabajo extra que el de dejar de pensar, un rato, y mirar. Ella me agradeció el agradecimiento, y de paso me pidió que la ayude a buscar la factura de teléfono que recién tenía en las manos y ahora no encuentra por ningún lado. La encontramos.


Tengo ganas de dividir mi libro de estos últimos años en 64 capítulos, y chequear su funcionamiento bajo consulta con las monedas. ¿Será una de esas estupideces que encuentro en todos mis libros? (En todas mis acciones, en realidad).


Es que… quisiera agradecerle al I Ching por haberme salvado el pellejo. (Gran expresión la del pellejo; el monstruo de la última novela de Romero tiene esta fórmula para explicar que piensa: “soy cáscara del siguiente pensamiento…”. Cáscara, pellejo, piel, burbuja. la instancia sin sustancia del fantasma. Detenerse en ese microscópicamente infinitesimal momento de pasaje entre nada y algo…)
Una imagen:
Vientos que se siguen uno a otro. La imágen de lo suavemente penetrante.
Así, el noble difunde sus mandamientos y da cumplimiento a sus asuntos.


De esa manera logré destrabar (al menos en parte y por ahora) el conflicto más complejo y doloroso que me ha tocado vivir. Y que (esto es clave) realmente no sabía si podría destrabar. Por no decir resolver, arreglar. Tal vez, disolver.
La dificultad de llevar a cabo esta estrategia es que su eficacia no se prueba de inmediato, por lo que hay que mantener la confianza más tiempo del que uno acostumbra. De hecho, no se comprueba casi nunca.
Pero alcanza con que actúe una vez, y el cosmos se acomoda, sonriente, alrededor.
Lo explican las líneas que se suceden en el desarrollo de este hexagrama; la tercera línea dice: “penetración reiterada. Humillación”. Y recién la quinta: “la perseverancia trae ventura. El arrepentimiento se desvanece. Nada que no sea propicio”.
En el medio: el famoso “testán cagando”. Es muy pero muy difícil aceptar ciertas propuestas de I Ching siendo argentino. Al menos, siendo un argentino así.    


Si además de investigar en el funcionamiento de las cosas en las que nos volvemos especialistas investigamos sobre los tiempos en que todas las cosas pasan, la vida se vuelve un trabajo mucho más interesante.
Y hasta quizás se pueda empezar a tallar la herramienta para espiar algo que no sea la vida, algo como... el movimiento.


¿Y si todos los días pudieran ser así?: un texto que empieza una vez que las urgencias se desenmarañan, y que después sigue todo el día, entre actividades y tareas, avanzando, conectando cada vez con otros días, otros textos. ¿Podría ser?
En esta última interrupción (imaginemos incluso que todas las tareas cotidianas se conviertan en simples interrupciones del texto), respondí un mail que recibí ayer, en el que mi principal Cliente me rechazaba un formato de video nuevo; porque, si bien me había pedido que fuera igual a cierto modelo, al final resultaba ser “demasiado igual”, nada nuevo, en fin. Dejé pasar un día con la máquina de componer respuestas en funcionamiento, hasta que sonó la musiquita de la “respuesta encontrada”: “Debo haber entendido mal, deberé ajustar el oído y seguir intentando”. Qué gracioso. Visto desde acá parece un juego. ¿Será la capacidad de endulzar la propia derrota, una y otra vez, una estrategia de suavidad de largo alcance? Habrá que ver.


Desde este privilegiado mirador temporal puedo ver con mayor claridad ciertos movimientos. Hay algo acordeonado. Así se ve desde acá: un acordeón que se infla y desinfla en el regazo de un diablo que toca un vals.
Ahora percibo que esta época de intentar estabilizar mi economía armando equipo, acopiando posibilidades, distribuyendo contactos, etc. puede estar entrando en un período de retracción. Tal vez deba reciclar ciertas estrategias de lobo solitario. No es abandonar una cosa, ni decidir otra. Ya entendí que no se hace así. Están los años, los meses, los minutos.
Las décadas.
Hace una década empezó este juego, esta novela que sigue. Que nos sigue.
Ahora voy a cerrar la computadora (también la ventana por las dudas, amenaza lluvia), y voy a buscar a Sere al jardín. Y después…


Ida y vuelta. Extrañamente, llegué tarde al jardín, quince minutos. Tal vez, efecto residual del cambio repentino de marcos temporales. No llovió. Volvimos en el 22, cruzamos el Puente Pueyrredón. Sere no se durmió, así que logró componer, en su estado psicodélico previo a la histeria de la siesta interrumpida, algunas de sus frases memorables; esta vez: “el rocanrol es un pequeño bebé que sólo sabe decir malas palabras”. Después me contó acerca de un tal Nachito, que no sé hasta qué punto será real, un bebé del jardín que sólo dice “puta” y “concha de tu madre”. No sé qué pensar. Su maestría en el hilvanado de datos reales e inventados no permite nunca saber de qué se trata. Su imaginación desbordada parece estar en un momento de quiebre: ayer le cambió los nombres a todos sus personajes imaginarios. Ahora Pupú se llama Meli, la oruga Numera pasó a llamarse Tortu, y la Señora Comepapa es José María. Vaya uno a saber. Viajamos, paseamos por el barrio, compramos cerveza y jugo, y ahora mira Peppa pig en la vieja Olivetti (?) mientras yo escribo esto.
Y ahora llega Jime y se acuesta, agotada. Jacinta se despereza adentro. Jacinta. Ese fue un centro de gravedad del año: encontrar el nombre. Los nombres no se buscan, se…
Entre esa sensación, de presión y potencia, y la reciente sensación, de cambiarle los nombres a cada persona que conozco, para el armado del libro de los diarios de los últimos años, hay un borde apasionante, extraordinario.
Pasa algo con los nombres, algo no tan pensado como se cree.
Poner nombres, sacar nombres.
¿Qué es eso?
¿Cómo se usan los nombres en un utópico mundo anarco taoísta?
Lo cierto es que en un momento empezamos a presentirla; muy distinto a imaginarla, o a rodearla de expectativa, o a volverla heredera de qué se yo qué. La empecé a presentir, la presentí saliendo del cuerpo de la madre, saliendo del jardín, saliendo de la escuela primaria, con ojos perplejos. Y ahí empezó a develarse el nombre. La presentimos Jacinta.


No sé si hay otra cosa que pueda transmitir realmente a una hija más que toda esta enorme perplejidad.


Voy a leer este texto de corrido, ahora. Si al terminarlo no me duele la cabeza, se publica.

Hasta el año que viene, siempre.

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