Wednesday, September 21, 2005

Primavera

Suelo identificar los diversos materiales que el cuerpo expulsa con algo que llamo sentido.
Cuando mi cuerpo expulsa materiales desagradables- vómito, mocos- suelo consolarme pensando que lo desagradable es mejor que salga; que peor sería expulsar cosas bellas- mariposas, alcauciles, pianos.
Por eso está tan mal visto que se escupa en la vía pública; no por el daño que se le ocasiona a la calle, sino porque nos presenta, el escupidor, la evidencia de lo desagradable que tenemos dentro y, nosotros, no podemos dejar salir.
Algo de esto empecé a barruntar buscando explicaciones para mis borracheras.
Hay un vacío en algún lugar del espíritu. Para colmo, Vacío y Espíritu son accidentes geográficos del todo imprecisos. Lo cierto es que ese vacío, en principio, suele yuxtaponerse a la imagen de un vaso vacío- vaciado. Hagan la prueba los que acostumbran beber más de la cuenta: miren un vaso vaciado; ahora, intenten verlo como si fuera un objeto más, como cualquiera de los que lo rodean. Ven. Ahí está la cosa. El vaso vaciado, el vaciamiento como efecto de nuestra experiencia, melancoliza. Y es preciso llenarlo.
Ese vacío, que se ‘localiza’ en el espíritu y se visualiza en el vaso vaciado, pide ser llenado con sentido. Líquido, líquido transporta sentido a nuestro organismo. Suceden cosas, se dice demasiado, en los suburbios de cada palabra hay demasiado silencio, silencio agazapado; de pronto hay demasiado sentido. Al día siguiente, o al final del mismo día, el cuerpo expulsa el excedente de sentido. Vomitamos.
El vomito es la resultante del sentido del alcohol en contacto con nuestro organismo.
El sentido de la primavera es otro; un desahogo tibio, un poco infantil. Casi todos los recuerdos de la infancia transcurren en primavera. Antiguos onirocríticos aseguraban que todos los sueños, más allá de la estación en la que sean soñados, tienen como escenario la primavera.
Desahogo tibio, algo sexuado pero de modo infantil; algo de los olores propios, una extrañeza un poco culposa ante el propio olor. Ese es el sentido que le atribuyo a la primavera.
La resultante del sentido de la primavera- atendiendo a que la primavera es, en esencia, sus primeros días, su llegada- en contacto con nuestro organismo, es el moco. La alergia y sus mocos.
Los mocos, menos agresivos y hediondos que el vomito, no se esconden de inmediato y para siempre en el agua del inodoro. Su primer destino es, o era, el pañuelo.
Antes el hombre usaba pañuelos. Se sonaba- extraordinaria construcción que reduce la acción a su sonido- los mocos en un pañuelo. Y, dada la finitud de los pañuelos, debía esmerarse para hacer durar los más posible cada pañuelo. Para eso el señor sacaba cuentas, analizaba su herramienta, y se entregaba, luego de cada sonada, a su oficio artesanal consistente en ocultar el moco en el pañuelo con alguna parte de la espalda del mismo pañuelo.
El pañuelo duraba un día, y para el señor, el pañuelo era su día. A la mañana, un cuadrado de tela inmaculada desplegado en toda su dimensión: el día a su merced, todo por hacer. Pero entre el trabajo y las diversas ocupaciones urbanas- el sentido de su cotidianeidad- , el tiempo iba arrasando su paño de por venir. Para eso el señor debía ser astuto, y saber optimizar el día pañuelo, plegando y desdoblando, exhibiendo el futuro, la tela limpia, y ocultando el registro de su experiencia, el moco.
El señor leyó que culturas antiguas habían descifrado, en la forma abollada y plegada de un pañuelo usado, la exacta forma del quien lo había utilizado.
Así armó el señor su golem personal, de moco; pudoroso, lo empleó sólo en tareas domésticas.
Luego vinieron las carilinas, los pañuelos descartables. Así el mercado impuso al señor su técnica de circulación del sentido; sin acumulación de experiencia, sin oficio.





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