Monday, April 30, 2007

Huevos de codorniz al escabeche

[Digresión: a punto de escribir un ensayo]
El ensayo es una cosa rara. La foto del lenguaje humano y su anhelo de despejar la X. No creo que sea posible despejar la X sin una construcción que vamos a llamar, por ponerle un apodo, ficción. Todo lo que yo digo, lo que yo dice, cimienta la posibilidad de decir yo.
No entiendo.
Un ensayo sobre los efectos socio económicos de la crisis en medio oriente debería utilizar todas su armas al alcance para lograr descifrar quién es el yo que lo piensa y por qué está pensando en eso. Ciento cincuenta páginas, o trescientas, de un ensayo que intentan descifrar por qué yo estoy pensando en el conflicto en medio oriente, daría cuenta cabalmente de todo lo que un yo puede decir sobre el conflicto en medio oriente. Despejar la X.
No me parece real la posibilidad de plantear un tema, interrogarlo, estudiarlo y analizarlo, si el desarrollo no se sostiene en la problemática, siempre ficcional, de un yo pensando.


[Digresión 2: ahora sí]
Todo para qué: para decir que mi tema con los huevos de codorniz al escabeche no podría ser pensado sin la condición biográfica de mi vida laboral. Vivo solo y trabajo en mi casa. Es decir, paso mucho tiempo solo. Lo cual me hace muy difícil creerme uno, un yo lógico y bien delimitado. Durante los días, la presencia de otros que son diferentes, unos otros de los que hay que defenderse y diferenciarse, aliviana el trabajo de armar el cuentito que le permita a uno creer que uno es uno, y no cualquier otro, y no una sucesión enfermiza de unos distintos, una carne que soporta una mutación constante.
Yo no soy una carne que soporta una mutación contante, principalmente porque no quiero serlo, y así escribo el cuentito de lo que soy.


[Digresión 3: el problema Paenza]
Así, una persona sin enemigos, una persona que no genera, al enfrentarse a los otros, la necesidad de diferenciación, de separación, es muy probablemente una persona esquizofrénica, alguien que presta su soporte cárnico a lo que cada otro quiera pensarle. Es todos. Tal es el caso de Adrián Paenza, un caso que me gustaría pensar en profundidad alguna vez. Quiero decir que no se puede escribir sin enemigos, porque así no se puede despejar la X.


[Disrgresión 4: qué hacés + determinado amigo = quién sos]
Hay personas que, tal vez por una cualidad estable y perdurable, tal vez por el tipo de vínculo que tienen conmigo, transforman con mucha claridad la pregunta de cómo estás, o qué hacés, en la pregunta quién sos, o qué sos. Es la gente que lo hace a uno escritor de ficción; que exige el sentido biográfico que anuda el caos.
Como vivo y trabajo solo, en casa, suelo entrar en contacto con esta gente, durante el desierto significante de los días, vía telefónica. Así es que, cuando Amigo Agustín me preguntó cómo andás, le tuve decir que estaba comiendo unos huevitos de codorniz al escabeche. Ahora soy comiendo unos huevitos de codorniz al escabeche.
Ser un personaje de ficción implica estar suspendido entre el pasado y el futuro, y construir una idea de yo que se postule como causante de lo que pasó, derivado de lo que pasó, y gestor del porvenir. Para poder ser uno, mi propia ficción, un día hice algo: preparé unos huevitos de codorniz al escabeche, para otro momento. No cociné para desandar la inmediatez del hambre, sino para hacerme un regalo, que el olvido cómplice convertiría en sorpresivo, para quién quiera que fuera yo en un futuro. Por ejemplo al otro día, hablando por teléfono con Amigo Agustín. Entonces sí, yo soy comiendo el escabeche porque actúo el personaje que escribí ayer.


[Digresión 5: autoayuda]
El género popular de ficción de estos tiempos es la autoayuda. Y me resulta más sensato, como genero popular, que el folletín, la telenovela o las novelas policiales de otros tiempos. Escritor Manuel Puig construyó su obra reproduciendo cierta lógica de las ficciones populares de su tiempo, como el folletín y la trama melodramática. Con el resultado puesto (sabiendo que logró dar con la literatura a través de esta posibilidad), todos lo aplaudimos. La gracia sería arriesgar a perder todo, hasta la literatura, como él, sumergirse en la ficción popular de ahora; reinventar su impulso más que copiar sus resultados. Porque todavía ahora, para ser como Puig, algunos toman por 'popular' la idea de folletín y melodrama. Pero hoy es hoy, después de ayer, y lo popular es otra cosa. Hay que hacer literatura con la autoayuda.
[Digresión 6: autoayuda 2]
Cuando escriba un libro de autoayuda voy a proponer esta solución. Si el problema es : no sé quién soy, no se qué papel interpreto en el teatro de los días, hoy no se me conecta con ayer ni con mañana (no soy nada), yo diría. Hágase un regalo.


[Digresión 7: el regalo]
Como cuando cumple años un familiar, o amigo, y usted piensa: quién es él, quién soy yo, qué objeto puede representar lo que está entre medio de él y yo, y de qué manera, al obligar a él a tener una nueva posesión, puedo contribuir yo a que él sea quien yo creo que es. Cómo fijarlo ahí, en mi certeza de que él es, a través de la autoridad temporal de un objeto que se presume perpetuo.

[Digresión 8: autoayuda 3]
Bueno, haga lo mismo con quién usted será mañana. Disponga de su tiempo presente para delinear la persona que quiere ser en el futuro. Prepare una rica conserva para que el que ud. será mañana agradezca haber sido el que fue ayer. Y en el agradecimiento establezca una continuidad, un relato. Habite el relato que propone el descomunal desfasaje entre el tiempo que invierte en cocinar un plato y el que se consume en comerlo. Coma usted, cómase a ud. mismo y sea el producto genuino de su digestión, la materia transformada por el tiempo. El tiempo de la cocción y el tiempo de la digestión son sus aliados. La mente y el organismo disponen sus discursos para que ud. sea, permanezca siendo, dure. Cocine para no ser cocinado. Coma para no ser comido. ¿Cómo? a través del relato según el cual ud. se llama yo.
Haría falta un ejemplo, o ejemplos combinados, para que el texto de autoayuda sea efectivo.


[Digresión 9: un ejemplo]
El tiempo de la cocción es, a su neurosis, lo que el tiempo del embarazo a su naturaleza paterna: el tiempo que prepara la ficción de un yo que esté en condiciones de admitir, y absorber los efectos de la novedad, como un hijo o un plato de comida.


[Digresión 10: interrupciones + interferencias = el ensayo (2) ]
Las interrupciones y las interferencias son actores importantes en el teatro de los días. Así, Amigo Agustín tuvo que resolver un problema, otro, uno de él que lo convertía a él en él, y me dijo que me llamaba en quince minutos. Entonces me puse a pensar en esto. Yo ya era, para entonces, dos cosas: el que se comía su tiempo regalado y fragmentado en la forma de una docena de huevitos de codorniz al escabeche, como células bombónicas que explotan su acidez en el paladar; y el que tenía alguna idea de auto ayuda derivada del proceso. Claro que el tiempo. Cuando Agustín me llamó y retomamos la conversación, ya me había comido todo los proyectos de codornices. ¿Quién era yo, entonces? ¿con quién quiere hablar?
No era el mismo que antes, pero es cierto que algo de la experiencia permanecía y yo era, era yo sus residuos.
Porque ahora, después de comerlos y saberlos ricos, después de comprobar en su sabor mi saber, a mí me quedaba algo.


[Digresión 11: la receta]
Hervir durante cinco minutos una docena de huevos de codorniz. Sacarlos, ponerlos en agua fría, retirarles la cáscara y la pielcita que los recubre y reservarlos en un frasco. Por otro lado, calentar una sartén con un chorrito de aceite. Sumergir una cebolla picada y un par de dientes de ajo machacados. Cuando comienzan a perder color, agregar una taza de vinagre de vino y una taza de agua. Salpimentar y agregar una hoja de laurel. Dejar cocinar la mezcla quince minutos. Luego colar y cubrir los huevitos de codorniz con el líquido resultante. Tapar. Guardar en la heladera. Olvidarlo un poco, comer otra cosa. Salir a la noche, olvidar por completo el reposo de los huevitos en la heladera. Despertar con resaca. Encender la computadora. Intentar trabajar, en vano. Seguir olvidando. Este punto es muy importante: no se olvide de olvidar la preparación. Si ud. no lo olvida, el escabeche no se absorberá lo suficiente en el cuerpo de los proyectos fallidos de codorniz. Seguir intentando trabajar hasta desesperar. Confirmar que todo el trabajo que tenía que hacer hoy, podría bien hacerlo mañana. Bajar al supermercado a comprar unas cervezas para la noche. No se olvide los envases. Abra la cerveza apenas la apoya sobre la mesa. Ahora sí: recuerde. Abra el frasco. Pruebe un huevito. ¿Le gusta? Felicitaciones: usted es uno.
Muy bien, qué tenemos entonces. El saber experimental que nos permitiría repetir la acción en el futuro. Saber que podemos intentar hacer los mismos huevitos de codorniz Lo que tenemos es futuro, que es de un material escurridizo. La escultura puede realizarse con los más diversos materiales, pero todos son del pasado.


[Digresión 12: la repetición]
Claro que la repetición es imposible. Ese saber estático me obliga a repetirme, no a permanecer en mi ficción sino a volverla redundante, a volverla áspera en comparación con el pasado. Ese saber de la acción repetible me melancoliza. Porque yo fui el descubrimiento, la novedad, y ahora estoy encadenado como un resultado a su cuenta, pura representación de lo que fui. Ya no hay sorpresa, no hay vitalidad siendo que, a pesar de todo, lo vital es el momento en que se accede al conocimiento. Para nada vital es el momento de etiquetar y almacenar el conocimiento. Y 'yo' no es actor de lo que fui.
Lo que se acumula, en la experiencia, es conocimiento. Es el efecto residual.


[Digresión 13: una metáfora]
Somos, como entidades ficcionales descriptas, sin tiempo, el modo en que el viento de las contingencias erosiona y esculpe la montaña de residuos de nuestras acciones. Una estatua de mierda. El conocimiento quieto, perpetuado como receta, no genera experiencia, sólo pesadez. Hay que sacudirlo. Entonces Amigo Agustín me dice: ¿huevos de codorniz al escabeche?
Sí. Ese fui. Y le explico cómo hacerlos, y vuelvo a ser yo, que, como cada vez que es, es otro.
Participo de una trama que se representa en varios movimientos, uso mi conocimiento, mi residuo, como eje de unos planos temporales que significan el presente convirtiéndolo en ficción, la ficción de uno que está vivo. Uno que vive para contarlo, y al contarlo inventa el número dos. Un personaje otro de la trama, uno que no soy yo, que es yo pero no soy, y que ahora sabe que podría llegar a saber cómo preparar unos ricos huevos de codorniz al escabeche. Le doy la posibilidad a este Amigo Agustín de que sea uno que cocina, y que come, y entonces no lo cocino ni me lo como. Sólo participo, soy, estoy articulado. Hay una experiencia en camino, que es la del conocimiento como una experiencia colectiva. Lo otro es quedar congelado en el recetario, ser el coleccionista de las esculturas residuales de mi saber. Y ahí representar la anti trama, el canibalismo del saber que se come al otro porque lo incluye como una certeza, como un despojo de yo.


[Digresión 14: fin]
Hay que ayudarse a uno mismo, eso está bien. Llegar a ser uno para activar el resorte que te introduce en la trama colectiva y dinamiza el conocimiento hasta volverlo un actor presente en función de otros.
No entendí del todo este final.
No importa.
A comer.

Monday, April 23, 2007

Boulogne Sur Mer

Este es un fragmento del texto que leí el viernes en la lectura de El Quinteto, en el Pachamama. Texto que, a su vez, es un fragmento de (Rafael), una novela que avanza rauda hacia su final, y que se muestra semi disfrazada un viernes por mes en la consabida fiesta de la narrativa en vivo.


En la calle Boulogne Sur Mer, cuando empieza la tarde de hoy,
mientras Rafael avanza inmerso en su fútbol solitario,
Marina lo sigue un poco abandonada,
Papá abre el candado que protege su almacén de alimentos Kosher,
el tío Ab prepara un café para compartir con La Chica mientras lee el diario;
en la calle Boulogne Sur Mer la humedad destaca las biografías parciales de cada perfume puntual hasta completar el olor total que escribe en silencio una historia universal a cada segundo.
La soja del Asia milenaria entra en combustión y se hermana con el cilantro, la secreción secreta de Latinoamérica
que encuentra en la delicada densidad del jengibre su llave genealógica;
se absorbe en la grasa de un bife vacuno crepitante, en la cantidad dispuesta por la legislación que regula el carneado anual de terneras, y ese cálculo exacto y coyuntural toma vida, se hace olor y se expande y mancha,
donde el puerro, el apio, la cebolla, la zanahoria y los morrones viajan
como piedrazos, o como pájaros en picada
desde los cinco continentes para fundirse en un concepto aromático trasversal, armónico, que todo lo contiene,
todo lo significa en la acumulación,
sin dejar afuera el rábano picante y la remolacha rallada con carne de osobuco
que se estofa y se hace densa en Europa oriental,
y convive con el despertar de la menta y el sésamo sefaradíes que habitan una guerra, guerra carnal sólo como la de los amantes,
con el yogur cuando se vuelve salado, lácteo y picante
y el garbanzo que inventa su aroma hasta la ridiculez cuando se tritura su carne;
y la masa conseguida detona en cada olfato según los olores propios y allegados,
y la historia universal encaja en la biografía:
el sudor que es de hombres que transportan objetos
y mujeres que friegan,
que se llama transpiración cuando es blanca por el terror o el nervio
y se desprende de los sobacos y las coyunturas
de los estudiantes y los comerciantes inseguros;
el aliento recién despierto que se funde en una bocanada amarilla de nicotina,
en un verde de marihuana que llena la boca del que está sentado,
el sudor cristalino del ciclista,
y el alcohol que retorna ácido en un eructo a los presos de ayer;
y las secreciones que abultan las sábanas, y el semen rebelde que gotea en los pantalones púberes
y se identifica al coliflor que hierven Las Chicas,
y en las polleras y los pantalones,
y bajo las barbas largas y las patillas de los anteojos y bajo el humo culposo de los colectivos y la fiesta de humanidad subterránea de las cloacas, y en cada cuerpo, el ajo, inconmensurable y voluptuoso, universal: frito, caramelizado, recién mordido, se alinea y perfecciona el gramo intrascendente de aliento con el que cada cual infla el globo eterno de la historia.

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Friday, April 20, 2007

Esta noche



Hoy, en el PachaMama

Rafael es yo.

Además, El Quinteto prepara un guiso de los que no se sirven en el Malba,

y leemos los cinco. Y toca Gorostiza.

Y, porque así es la tradición:

llueve.


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