Tuesday, December 26, 2006

Del Manual del Jugador Solitario

del capítulo 1:2 , los juegos solitarios en la infancia: el amigo invisible

"... El final de los amigos invisibles suele ser trágico o patético. La muerte o el olvido suelen ser las maneras en que su invisibilidad se patentiza. La muerte, tal vez el último juego, se convierte en un suceso familiar. Padres y hermanos son informados del deceso, se conocen causas y detalles en los que el poder creativo del niño sobrepasa el nivel de sus apariciones normales. En algunas ocasiones la muerte sirve para hacer valer las acciones que en ella se fundan: el odio por un hermano menor (él fue quien mató al amigo invisible), la desconfianza por el trato brindado por una mucama (esa persona que vive en mi casa pero no es de mi familia, ella ha tirado a mi amigo a la basura), el temor por un padre (...) Sentimientos estos que no serían justificables, en el sentir del niño, sin una muerte de por medio, o sin mediar lo que el niño advierte que es la muerte.
El olvido de un amigo invisible suele generar un sentimiento embrionario de nostalgia. Un día el niño descubre que hace mucho que no juega con él. Intenta volver a las épocas juntos, durante un par de días lo trae a su presente, lo presenta a sus hermanos, habla de él. Pero la cotidianeidad lo vuelve a esconder hasta el olvido definitivo. Porque el niño siente, y sin saberlo descubre, que quien olvidó al amigo invisible no puede ya recordarlo, puesto que ahora es otro. Así, con esta solapada muerte, muere el amigo invisible y muere con él su creador. Ha sido útil el amigo invisible, entonces, para amortiguar la violencia de la primera muerte de la persona. Tal vez, entonces, no se trate este caso de una muerte del amigo invisible, sino de su fusión con el visible..."

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Monday, December 11, 2006

Lectura de verano

La otra tarde, en la maratón de lecturas y nuevas tecnologías aplicadas al concepto de tertulia literaria, organizada por la amable gente de la editorial Tamariscos, leí este breve cuento. La idea era presentar un texto que tuviera alguna relación con la temática: verano. Me zambullí en Mis Documentos, y... eureka!
Me senté en la reposera, atrás mío había un proyector con 'la letra'- porque ahora somos cantautores, o lectoescritores. Así que sólo me dedique a musicalizar con una cajita de musi, y voz humana.
Un cuento un poco raro, con un toque de humor que los pacoquis que viven acá intentan extirpar saltando entre todos sobre la tecla 'delete'. Veamos.


No conocer el invierno


Jonás tiene una enfermedad rara: su organismo no soporta las bajas temperaturas.
Su madre me contó: "Todavía recuerdo al médico: ‘deberá no conocer el invierno’. Así lo dijo. Jonás tenía dos meses de vida; estaba presente cuando el médico lo diagnosticó…; nunca hablamos de eso, pero me parece que se debe acordar: él tiene oído absoluto."
Jonás tiene oído absoluto y los dientes delanteros asomando entre los labios – como si fueran ellos los que le dibujaran una boca en la cara. Jonás tiene el pelo color madera, y deberá no conocer el invierno.

"A los dos meses…" dije. Ella batía el café instantáneo en una pequeña taza- cuando hablaba debía levantar la voz para hacerse escuchar por sobre los diminutos estruendos rítmicos de su cucharita- Jonás escuchaba ese sonido desde su habitación y lo reconocía instantáneamente.
"Sí. Agradezco a Dios que lo tuve en Octubre". Respondió y siguió batiendo. La pava se sumó a la conversación: agradecía también a Dios, al parecer.

En Octubre de este año, doce años después de aquel Octubre, Jonás se instaló en mi casa, con a su madre. Viven juntos: aquí, durante el verano, y en Estados Unidos, también.
Jonás y su madre vinieron a esta casa en la misma época en que instalábamos el sistema de la cámara de seguridad: una cámara filma constantemente la puerta de calle- por un canal podemos ver lo que allí sucede, si queremos. Jonás suele querer.
Jonás tiene una enfermedad rara –deberá no conocer el invierno- y pasa sus horas- todas- frente al televisor, callado, mirando el canal que muestra lo que sucede en la puerta de calle.

Jonás tiene oído absoluto y, dicen algunos, es autista. Su madre se apresura a aclarar: "no es autista; es inseguro". Tiene, en su armario, musculosas, bermudas y ojotas; y en la pared de su habitación, el póster de una mujer hermosa: no está desnuda; tiene un tapado de piel.

Sucedió en Enero, y me tocó a mí descubrirlo: todos los que estaban en la casa se entregaban al sol de la terraza. Habrá sido el destino- no me gusta el sol-; habrá sido algo más- realmente me caía simpático. Entré a la habitación de Jonás, en busca de un libro que le había prestado.
El aire acondicionado estaba al máximo – su termómetro marcaba –2 C.
Jonás estaba acostado en su cama, tapado, y cubierto por un sobretodo. Hacía frío, sí, y sus párpados eran pétalos marchitos. A su lado, el libro que le había prestado: unos cuentos de Gogol.
La tele estaba prendida: una pasea-perros paseaba perros- era- en blanco y negro.

Fue su condena:
Deberá no conocer el invierno.

Y su redención
De verano conocer el invierno.

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