Thursday, September 29, 2005

El alcohol y las flores

Mañana Viernes a las 21Hs. pueden escuchar Radio Futura, el primer programa de humor futurista de actualidad de la historia de la radio On line. La cosa es en www.radioeter.com.ar
Ahí estaré.
El Sábado pueden ir a escuchar- y ver- al magnánimo Facundo Gorostiza (es el guitarrista de La Selección Nacional de Música Declamativa, así que quién sabe) que se presenta en dúo junto a Santiago Lacabe. La cosa es a las 22Hs.- dice ‘puntual’ pero yo no les creo- En TerrazaMaría, Jorge Luis Borges 2111.
Ahí estaré.
Hoy, por lo pronto, me pueden ayudar a desentrañar el misterio de una flor redonda, de pétalos naranjas, que me mira. Está colocada en algo que podría pasar por florero, de hecho cumple esa función, pero es a todas luces un decantador de vino. Podemos privilegiar el ser al hacer, y decir que es un decantador de vino. De lo contrario, es un florero.
Pero hay algo de la relación entre las flores y el alcohol, que ya manifestaba en el texto anterior, que está latente, y late en el ojo amarillento de la flor redonda que me mira y es un misterio- el mío.
Esta combinación, flor y vino, me recuerda a las tres flores que se marchitan en el estómago de un pingüino que ya no bebe, trama de un cuento que ya aparecerá en Moscas.
El alcohol y las flores. Decíamos que el vómito es la resultante del sentido del alcohol en contacto con nuestro organismo, y decíamos que es preferible expulsar cosas feas- vómito- que cosas lindas- una flor.
La flor me mira y parece explicarme. La noción de la flor como algo lindo participa de un sistema de representaciones bastante lineal, trillado. El problema no es en sí la trilla- que además es un pescado exquisito- sino que la flor, en ese sistema, viene ya con un sentido previo a nuestro encontrarnos con ella. Usamos una flor para decir algo lindo, y cuando la flor aparece en realidad, en la realidad, no somos capaces de dejarnos impactar por su verdad estética para ubicarla en algún lugar de nuestro sistema que se haya ganado. Por eso regalar flores suele ser, casi siempre, algo estúpido. Le regalo una flor a ella, no por algo que nace entre nosotros, sino por algo que nos antecede, un sentido ya completo y ajeno. Las flores son lindas, hay que regalarlas.
Pero nada de todo esto extingue la presencia de esta flor, que es una sola y no parte de un ramo, y me mira con gesto interrogativo. Es posible que, como yo me intrigo ante su presencia, la flor esté intrigada, con mayor justicia, por qué hace ella acá. Por qué la miro.
El sentido del alcohol que bebemos no solo entra en contacto con nuestro organismo. Entra en contacto también con los elementos externos, la geografía. Suelo horrorizarme, al despertar con resaca, por la huellas de una existencia que no recuerdo. Una manija que ya no está, un plato con trozos de panceta a medio comer, agua en el piso, una flor. Es notable con qué espanto reacciona la resaca ante aquello provisorio que la borrachera signó como perpetuo. Esas consecuencias. Supongo que los que bebemos a veces en exceso lo hacemos para rebelarnos contra la tibieza de unas escenas sin consecuencias. La necesidad de que algo ahora se quiebre, se modifique. Es una visión optimista, pero qué más nos queda. El hecho es que luego, en la resaca, la percepción de esas consecuencias, lo que permanece de la borrachera, provoca, como mínimo, una intriga ofendida ante una flor naranja que no tiene olor.
No tiene olor la flor naranja, y dudo que lo haya tenido cuando apareció en mi vida. Cuando la tomo por el tallo para averiguar su olor, y entonces descubrir su carencia, recuerdo haber realizado ese movimiento antes. La textura del tallo despierta un esbozo de recuerdo, una avenida deshabitada, un puesto de flores.
Dos pesos pagué. Me pregunto ahora, como si fuera eso lo que me interroga: ¿Cómo puede salir dos pesos una flor? ¿Qué es lo que se cobra de una flor? Se ve que no es el olor, porque esta no tiene ninguno. Tal vez se cobra eso que decíamos, esa jerarquía de la flor en un sistema de representaciones público. Miro la flor y pienso que escribir- mi escritura- consiste en enfrentarme a ese sistema que trae a la flor jerarquizada entre el resto de los objetos. Enfrentarme de tal modo, con tal vehemencia que me permita descubrir luego, por ejemplo, que en este caso la flor puede ser linda, y puede dar gusto regalarla a quien lo merece. Esta es, al menos, redonda y anaranjada.
Ahora bien: ¿Qué hacía yo, a la madrugada, comprando una flor en una avenida desierta?

Wednesday, September 21, 2005

Primavera

Suelo identificar los diversos materiales que el cuerpo expulsa con algo que llamo sentido.
Cuando mi cuerpo expulsa materiales desagradables- vómito, mocos- suelo consolarme pensando que lo desagradable es mejor que salga; que peor sería expulsar cosas bellas- mariposas, alcauciles, pianos.
Por eso está tan mal visto que se escupa en la vía pública; no por el daño que se le ocasiona a la calle, sino porque nos presenta, el escupidor, la evidencia de lo desagradable que tenemos dentro y, nosotros, no podemos dejar salir.
Algo de esto empecé a barruntar buscando explicaciones para mis borracheras.
Hay un vacío en algún lugar del espíritu. Para colmo, Vacío y Espíritu son accidentes geográficos del todo imprecisos. Lo cierto es que ese vacío, en principio, suele yuxtaponerse a la imagen de un vaso vacío- vaciado. Hagan la prueba los que acostumbran beber más de la cuenta: miren un vaso vaciado; ahora, intenten verlo como si fuera un objeto más, como cualquiera de los que lo rodean. Ven. Ahí está la cosa. El vaso vaciado, el vaciamiento como efecto de nuestra experiencia, melancoliza. Y es preciso llenarlo.
Ese vacío, que se ‘localiza’ en el espíritu y se visualiza en el vaso vaciado, pide ser llenado con sentido. Líquido, líquido transporta sentido a nuestro organismo. Suceden cosas, se dice demasiado, en los suburbios de cada palabra hay demasiado silencio, silencio agazapado; de pronto hay demasiado sentido. Al día siguiente, o al final del mismo día, el cuerpo expulsa el excedente de sentido. Vomitamos.
El vomito es la resultante del sentido del alcohol en contacto con nuestro organismo.
El sentido de la primavera es otro; un desahogo tibio, un poco infantil. Casi todos los recuerdos de la infancia transcurren en primavera. Antiguos onirocríticos aseguraban que todos los sueños, más allá de la estación en la que sean soñados, tienen como escenario la primavera.
Desahogo tibio, algo sexuado pero de modo infantil; algo de los olores propios, una extrañeza un poco culposa ante el propio olor. Ese es el sentido que le atribuyo a la primavera.
La resultante del sentido de la primavera- atendiendo a que la primavera es, en esencia, sus primeros días, su llegada- en contacto con nuestro organismo, es el moco. La alergia y sus mocos.
Los mocos, menos agresivos y hediondos que el vomito, no se esconden de inmediato y para siempre en el agua del inodoro. Su primer destino es, o era, el pañuelo.
Antes el hombre usaba pañuelos. Se sonaba- extraordinaria construcción que reduce la acción a su sonido- los mocos en un pañuelo. Y, dada la finitud de los pañuelos, debía esmerarse para hacer durar los más posible cada pañuelo. Para eso el señor sacaba cuentas, analizaba su herramienta, y se entregaba, luego de cada sonada, a su oficio artesanal consistente en ocultar el moco en el pañuelo con alguna parte de la espalda del mismo pañuelo.
El pañuelo duraba un día, y para el señor, el pañuelo era su día. A la mañana, un cuadrado de tela inmaculada desplegado en toda su dimensión: el día a su merced, todo por hacer. Pero entre el trabajo y las diversas ocupaciones urbanas- el sentido de su cotidianeidad- , el tiempo iba arrasando su paño de por venir. Para eso el señor debía ser astuto, y saber optimizar el día pañuelo, plegando y desdoblando, exhibiendo el futuro, la tela limpia, y ocultando el registro de su experiencia, el moco.
El señor leyó que culturas antiguas habían descifrado, en la forma abollada y plegada de un pañuelo usado, la exacta forma del quien lo había utilizado.
Así armó el señor su golem personal, de moco; pudoroso, lo empleó sólo en tareas domésticas.
Luego vinieron las carilinas, los pañuelos descartables. Así el mercado impuso al señor su técnica de circulación del sentido; sin acumulación de experiencia, sin oficio.

Tuesday, September 20, 2005

en la televisión

Un joven baila una chacarera.
El público, no menos de treinta personas, lo rodea formando un círculo que lo contiene.
El joven baila y los espectadores marcan el ritmo con sus palmas- porque para eso tienen dos manos.
El ritmo de las palmas se acelera y el joven acelera sus pasos.
El ritmo de las palmas se acelera haciendo que el joven acelere sus pasos.
El ritmo de las palmas continúa acelerándose hasta que se deshace. Se desintegra y se convierte en un aplauso unánime. El joven baila frenéticamente hasta que se detiene- entiende.
Saluda al público que lo festeja con aplausos.

Esto sucede: el ritmo de una existencia, a veces chacarera, se funde hasta convertirse en su conclusión. Y la conclusión entonces opina, retrospectivamente, sobre el ritmo de esa existencia.

Friday, September 09, 2005

Queso

Otro cuento raro con parejita y alimentos. Que lo aprovechen

......................................................................................................................................................................


Una pareja de jóvenes en un departamento.
Él es tan joven que hasta podría olvidarse de sí mismo.
Ella es tan joven.
Están jóvenes y juntos, alrededor de la mesa que él, el habitante del departamento, preparó con esmero. Con ese preciso tipo de esmero que sólo puede ser fruto de la ansiedad.
Él ha cocinado algo para dos. Se sientan enfrentados, separados por una pequeña mesa redonda y los flecos del mantel blanco rozan impunes los cuatro muslos. En el centro de la mesa, una fondeu.
Ella da el primer paso, aferrada al largo pinche de metal, y atraviesa un cubo de papa hervida cometiendo, con las yemas de un índice y un pulgar, el gesto que realizaría alguien que ha tomado una determinación inapelable. Él intenta dejar de sonreír, más por cortesía que por pudor. Se gustan. Y disfrutan juntos de un sutil y coreográfico silencio.
El queso en la fuente empieza a burbujear. El burbujeo es sonoro; de pronto, obscenamente sonoro. Y el queso derretido comienza a subir; a crecer y expandirse ante la mirada atónita de los todavía no amantes. Supera los límites de la fuente, alcanza al mantel.
Hay más queso que el que debería haber.
Más queso que el que hubo alguna vez entre ellos.
No se detiene el movimiento imperial del queso. Chorrea por los bordes de la mesa, como antes lo hizo con la fuente y cae al piso. Los jóvenes se ponen de pie simultáneamente, corren sus zapatitos del alcance del queso. Tan de pronto como al comenzar, el sonido obsceno se detiene, y se detiene también el éxodo lácteo. Ella anuncia que va a buscar un trapo. Mejor traé un trapo de piso, dice él, el que está atrás de la puertita del armario y adelante del tacho de basura.
No volvieron a verse.
Ella dijo no estar preparada para una relación seria.
Él creyó descubrir que no era ese su tipo de mujer.

Monday, September 05, 2005

Los vergonzosos

Abro la puerta de una de las numerosas habitaciones de mi casa. Allí están, ellos dos.
Sentados en el piso, junto a una mesa ratona, conversan sin dejar de mirarse a los ojos; sin dejar de mirarla a los ojos, él se inclina sobre la mesa ratona de una de las habitaciones de mi casa. Su mano encuentra una porción de pizza, o el resto de una porción. La corta al medio: se lleva la mitad a la boca, y deja la otra mitad en el plato. Cuando mastica, ella habla.
Así se conocieron ellos dos, comiendo una pizza que yo les preparé:
jamón y morrones.
El hace un chiste apenas termina de masticar, un chiste no tan malo como para que ella pueda no reír; ríen. Ella deja de reír y baja la cabeza, ruborizada. Ha dejado de mirarlo: toma la pizza del plato de la mesa ratona; corta una mitad, y corta también la otra pero la devuelve al plato.
Se conocieron hace un mes, comiendo una pizza que yo les preparé, en una de las numerosas habitaciones de mi casa.
Se me ha ocurrido, no se cómo decirles esto, que deberían colaborar con el pago del alquiler. No quiero que me consideren avaro.
Esta mañana entré a la habitación: temía que no estuvieran, pero allí están. Él mira un minúsculo pedazo de pizza entre sus dedos: lo corta al medio.
Así se conocieron hace un mes, comiendo una pizza que yo les preparé, sentados en el piso de una de las numerosas habitaciones de mi casa. Así se conocieron, y desde ese momento ninguno de los dos ha podido comer la última porción de pizza, la que suele nombrarse como la de la vergüenza.
Se aman.
Y su amor es infinito:
jamón y morrones.

This page is powered by Blogger. Isn't yours?

Subscribe to Posts [Atom]