Monday, August 29, 2005

Renguera

El sábado que pasó tuvo lugar, en la terraza de un taller de artes plásticas de la calle F. Lacroze, un evanescente micro-concierto de La Selección Nacional de Música Declamativa. Empezó de esta manera: La historia que voy a contar contrae ciertas dificultades para su narración musical, puesto que toda la música inventada hasta hoy (por el sábado) ha sido pensada en función de ser bailada, o acompañada en su ritmo, por dos piernas, y la historia que voy a contar es la historia del rengo Blanchart. ¿Por qué no hay música para rengos?
(Dos datos: Blanchart era un delantero de Mandiyú que terminó goleador de una temporada en los primeros años noventa. Y yo, el declamador, estaba en la terraza visiblemente rengo por un accidente futbolísitico de poca monta. Es que la música declamativa, en su carácter de cosa efímera e improvisada- o improvista- no sólo puede sino que debe ‘apropiarse del accidente’)
Una vez formulada la pregunta, la respuesta se oyó como una pequeña e inmemorable intervención musical del guitarrista de La Selección, F. Gorostiza, que viene a ser el músico más mayúsculo de lo minúsculo de todos los pequeños tímpanos de este gran planeta: lo que se oyó: la música para rengos hecha zumbido, que creció como una gota de catarsis y se evaporó entonces, justo un poco después de cuando debía, como una burbuja porfiada.
La historia del rengo Blanchart.
Salí de mi casa en plena madrugada a buscar cigarrillos del kiosko. A diez metros de distancia, caminando en la misma dirección que yo, un rengo. Un rengo de espaldas, lo que constituye lo contrario a un gato negro de perfil pero mucho más tenebroso. Caminando me di cuenta de que me acercaba inexorablemente al rengo, por lo que bajé la velocidad. Entonces advertí que lo estaba persiguiendo, por lo que decidí caminar más rápido para superar su línea. Pero una vez que le di alcance no pude ya superarlo: él estaba siempre un paso, paso y medio, adelante. Creo que como Aquiles y la tortuga. Y habíamos quedado ridículamente cerca.
Era un hombre rengo.
Sin saber qué hacer, pero sin dejar de caminar, mi cuerpo comenzó a acelerar y retardar el avance. Así fue como mi andar se mimetizó tanto con el del Hombre Rengo.
Quiero decir que contar la historia de un hombre rengo es, siempre, contar la propia historia. Porque los rengos son, entre otras cosas, unas personas.

(Las próximas presentaciones de La Selección Nacional de Música Declamativa serán debidamente informadas en Moscas, si es que se tiene noticias de ellas antes de que sucedan)

Saturday, August 27, 2005

Otro mundo

Hay un mundo otro. Acá nomás, entre nosotros, hay un mundo otro que cuenta otra historia.
El pudor, la vergüenza, los diez segundos que nos han dicho que debemos esperar antes de escupir nuestro mensaje, son todo lo que tenemos para armar la historia. Sólo a través de este recorte, multiplicado por cuanto individuo habita este planeta, es que el mundo se sustrae del caos para contar su historia, la historia de los mensajes permitidos; la historia de lo que cada cual supone pertinente de agregar al reino de los otros.
Por eso las películas pornográficas no tiene "historia": no hay pudor que permita el recorte, que figure el relato.
Un mundo pornográfico sería un mundo inenarrable – puro caos.
Pero hay otro mundo, que no es ni el relato de los pudores ni el de la pornografía inenarrable.
Hay una historia escrita que cuenta otro mundo:
el mundo de las cartas no enviadas.

Tuesday, August 23, 2005

El hombre del Piano- Piano man

Había cierta nota.
Cierta nota que Javier no había tocado ni una sola vez en todo el concierto, y ya iban casi dos horas. Cierta nota denodadamente enterrada, cuya ausencia pasaba por completo desapercibida hasta para el oído más preparado. Y, por supuesto, seguiría sin llamar la atención su falta, hasta el momento de su aparición. Dos horas de un sublime trabajo subliminal en las mentes de los oyentes, que acumulaban ya, en su memoria auditiva, dos horas de una sola ausencia.
A las dos horas, había calculado Javier, la pasividad se habría transformado en espera, y, por fin, en desesperado anhelo inconsciente.
Javier miró el reloj en su muñeca: dos horas exactas. Inventó un delicioso y profundo silencio lindante con el próximo sonido, el final, y el silencio se prolongó un poco más, estaba por darle a la gente lo que la gente no sabía que necesitaba, y el silencio se tragó otro segundo casi imperdonable para la audiencia que no sabía lo que venía, y entonces, en la cima de la desgarrada mudez artificial, Javier pulsó, con emoción y delicadeza, y hasta algún sentimiento de venganza, pulsó cierta nota.
Su oído tardó en comprender: lo que allí había salido era una nota completamente otra. No se podía pensar en un error de digitación, ni una distracción. Lo cierto es que el efecto en los oídos presentes fue tan matemáticamente el inverso al planeado que el intérprete llegó a sentirse íntimamente triunfante.
Pero sólo íntimamente, porque el resto de sus modos de sentir sólo sabían de cincuenta personas insultándolo como jamás nadie lo había hecho. Bajó la mirada, permaneció petrificado unos segundos y hasta, según dicen, se vio una lágrima rodar por su rostro.
No volvió a hablar.

índice de desocupación

Volver antes

No era fácil conseguir trabajo, para Yukio. Mucho menos con la cama ahí, tan cerca.

Si se decía que Yukio era amante del trago y la milonga era porque su amor oficial y perpetuo era con la cama.

Una noche, algo alterado por la ginebra del bar de Ernesto, Yukio se puso serio y planeó empezar su búsqueda.
Se despertó antes que el despertador y se vistió pensando en que volvería a casa cerca del mediodía.
Salió a la calle a dar un paso que, si se repetía tres veces, o si se complementaba con tres pasos, podía significar la obtención del trabajo que esperaba.
Llegó a la esquina y se detuvo. Quince minutos, media hora estuvo ahí, quieto, viendo a la gente pasar.
Pensó que su plan era ridículo, que era producto de su mente alterada por la ginebra del bar de Ernesto. Maldijo.

Esa fue la razón por la que Yukio, esa mañana, volvió a su casa mucho antes del mediodía.
Al entrar en la habitación se descubrió a él mismo, en la cama, con un amante- ¿Un trago?.
Y así, con gran tranquilidad , y amablemente, se fajó treinta y cinco puñaladas

Sunday, August 21, 2005

Realismo- Ropa Sucia

Cualquier tipo que enseña guión, escritura literaria o la forma narrativa que sea, dice que hay que tener cuidado, cuando se escribe realismo, con el modo en que se 'pasa la información', sobre los personajes o la trama. Hay que pasar la información de un modo lateral, dicen los que saben, gradualmente, con sutilezas. Por ejemplo, no se puede poner un tipo a decir 'soy muy orgulloso y vengativo. Han matado a mi mujer, y voy a buscar al culpable hasta encontrarlo y matarlo.Porque estoy loco de odio, y soy capaz de cualquier cosa'. Ese sería el ejemplo ridículo que podría dar alguien que enseña realismo. El saber en que se basa esta enseñanza, es: así son las cosas en la realidad. Sin embargo:
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Cada ocho días exactos llevo mi bolsa de ropa al laverap, al mediodía, y la paso a buscar sobre el final de la tarde. Como el ciclo es de ocho días, el nombre del día en que hago esta tarea va variando semana a semana. Lo que significa que, cada siete semanas, el día en que tengo que llevar la ropa al laverap se llama Domingo. Y tengo que esperar hasta el Lunes.
Es por esto que cada siete Domingos me disfrazo: no tengo la ropa rítmica y periódica a disposición, y me disfrazo. Cada siete Domingos es un día de fiesta, de celebración secreta- mi ritmo imperfecto venció la periodicidad de lo normal y me visto de otro. A veces me pongo un jogging y la camiseta de Newell’s. Otras veces prefiero la ropa que tengo reservada sólo para eventos excepcionales. Hace mucho ya que el único evento excepcional es ese Domingo cada siete.
El viernes llevé la ropa al laverap.
La señora que atiende el local divide su existencia en un claro adentro y afuera: adentro de su boca y afuera de su boca. No tiene dientes ni encías, sino un sólo territorio oscuro, húmedo, un misterio propicio para el trauma infantil o el deseo perverso: deseo de ver, y ver allí es entrar. Por fuera de la boca su existencia es de rebotes y amortiguaciones, circunferencias pálidas que se superponen pero jamás se amontonan, blanduras que se derraman con buena cadencia en ropas holgadas.
Es muy simpática la señora, cuando se está fuera de su boca.
Las personas que trabajan en este tipo de locales son portadoras de ciertos secretos que no compartiríamos con nadie. El modo en que nos ensuciamos nos define un poco más que la basura que arrojamos: seguimos necesitando esa ropa y esas sábanas. Al permanecer en una situación de necesidad, podemos ser extorsionados, y está claro que no hay mejor manera de definir a una persona que por los motivos que la podrían hacer víctima de una extorsión.
En el laverap, cada tanto me encuentro con un tipo que monta un curioso espectáculo. Lleva su bolsa de ropa sucia y, en lugar de dejarla y partir de inmediato, como hago yo, encuentra excusas para abrir la bolsa y empezar a sacar prendas y mostrarlas, haciendo comentarios sobre la suciedad y las maneras de resolverla. Todos se incomodan allí, menos él. Es un modo de exhibicionismo muy sutil, casi encantador. Y exhibiendo, quitando el carácter secreto de sus secreciones, elimina la extorsión.
El Viernes dejé la ropa sobre el mostrador. La señora abrió un poco su existencia oscura y me interrogó, proponiendo una duda.
¿Para cuando la querés?
¿Puede ser hoy a la tarde?
No. Para mañana.
Bueno, Mañana.
Porque hoy a la tarde cierro. Cierro ahora, al mediodía.
No hay problema, la busco mañana.
Tengo que cerrar, porque a la tarde tengo un velorio. El velorio de mi madre.
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Tal vez no haya un saber aprendible sobre el realismo. El realismo es un saber, y el que intenta hacerlo debe permanecer ignorante, y dejarse atravesar por su verdad.
Tal vez. Tal vez no.

Friday, August 19, 2005

objetos pequeños

Milagros saca de la cartera una pila gruesa de papeles. Se los acerca a mi abuelo. Él los recibe y comienza a leer en silencio. Intento espiar: son tickets del supermercado; del lado de atrás, letras garabateadas en birome.
Hay una canilla abierta.
Mi abuelo propone: de todo encierro, de cualquier tipo de encierro surgen objetos pequeños.
Lee en voz alta: Milagros esconde la mirada.
"El hombre de ojos amarillos compró una lata de cerveza y 500 gramos de cuadril: eso fue ayer.
Hoy compró dos latas."
Milagros anota su perspectiva en la espalda de su encierro.
Mi abuelo mira a Milagros y sonríe. Me mira a mí y dice: ahora somos tres.
"¿Café?" Pregunta mi abuela y enciende una hornalla.
Cuando pone el azúcar en la mesa las moscas desarman su mensaje.

Fragmentar

No es tan fácil como puede creerse. Y es por esto que me divierte muchísimo. Hace un rato, agotado de leer y leer sin animarme a fragmentar, estuve a punto de postear (pedazo de verbo) un cuentito entero. Iba a avisar que eso era corrupción. Pero me la banqué, y me la banqué, y algo leído en www.unidadfuncional.blogspot.com, algo sobre un kioskero que escribe notas en la parte de atrás de los tickets, me iluminó. Fui a buscar y fragmenté. Recorté y dejé un fragmento colgando, entre el silencio y la multitud de interpretaciones. Eso será la próxima mosca. Y forma parte del mismo cuento, "Moscas" (sí, soy muy variado en mis propuestas), que ya había sido fragmentado aquí, con el título "Moscas 1" (ahí me superé).
Me gusta fragmentar. Casi tanto como escribir. Si quieren, queridos lectores, pueden mandarme sus textos para que los fragmente. Los convierto en moscas. Los mosqueo.

Thursday, August 18, 2005

Pasillos

Por algún extraño mensaje de mi lenguaje corporal, un mensaje que no he logrado desencriptar aún, en las fiestas, reuniones sociales o cualquier aglomeración de personas en espacios reducidos, mi cuerpo se transforma siempre en el borde de un pasillo improvisado.
Esto es: la gente, en su movimiento constante – movimiento algo anárquico en general, signado por la falta de un destino cierto- la gente pasa por el espacio que queda entre mi cuerpo y el objeto que mi cuerpo tenga como punto de referencia- un amigo con el que estoy conversando, un vaso del que estoy bebiendo, una barra sobre la que intento acodarme. Nadie pasa por detrás de mí, ni por detrás de mi objeto de referencia. No sé si me explico. Esté donde esté, haga lo que haga, mi presencia inventa un pasillo que no puedo dejar de mirar – y todos los pasillos conducen a un secreto.

(El cuento completo está a disposición: felevin@hotmail.com)

Wednesday, August 17, 2005

Al ritmo de Igor

El sonido, lejano y de textura cercana, ya no se escucha. Pero su reaparición, por mínima que fuera, convertiría al silencio en espera retrospectiva. Cuando se calla el sonido Igor experimenta el ritmo, claro que desconoce su tempo, y no pude hacer más que arrastrarse arañando el silencio, y con el rostro apretado de vértigo esperar que vuelva, el sonido, como una confirmación.
Igor reflexiona: No es que el hombre desee lo que lo perturba. No lo desea, sino que espera confirmar su ritmo.

Monday, August 15, 2005

comienzo

Quisiera entender algo más acerca de la brevedad

moscas 1

Cuando todos comen prefiero tomar- me sirvo un vaso de la botella que custodia a mi abuelo.
Estoy tomando vino, pero es blanco.
Mi abuelo mastica lento: sabe que el silencio se mantendrá hasta que él lo suspenda:
"Estoy tomando vino, pero es blanco" anotan los jóvenes como vos, ¿No? Un adulto escribiría: "Estaba tomando vino, pero era blanco".
Levanta un vaso y da un trago, lento. Lo apoya sobre la mesa de madera. Mi abuela levanta el vaso y coloca debajo una servilleta de papel. El la mira. A la servilleta, a ella.
Un místico diría: "Estaré tomando un vino, pero será blanco".
Lo miramos: los moscas de la pared duermen sus sueños diminutos.
Los nenes- concluye.
Los nenes toman vino blanco.

Ver qué pasa- ¿qué significa "la autopsia de una metáfora?".

La idea es la siguiente: moscas para leer.
Fragmentos. De cuentos, novelas, chistes.
Algunos textos tal vez no sean fragmentos, quizá sean simplemente breves. Ya veremos. En ese caso, delatarán el sentido fragmentario de su existencia completa.
Moscas agazapadas, intentando construir un sentido total desde sus inocencias individuales.
Me gustaría, quiero decir.
Sacar una metáfora, una idea, del contexto que la parió, y ver qué pasa.
La autopsia de una metáfora.

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